Las chicas contra las chicas
Creo que de esto ya he hablado antes, pero insisto: las chicas se pegan. Parece que ahora es de lo más normal entre chavalas adolescentes. Hasta que ahora una mató a otra. Es decir, las chicas contra las chicas: las chicas se matan.
Mi hija de 14 años lleva tiempo comentándome sobre peleas entre chicas, después de hacer botellón, en una discoteca, a la salida del instituto (ahora se dice "tuto", no "insti", como antes, para que suene lo peor posible).
Está claro que si sus madres nos volvimos masculinas en nuestra forma de trabajar y competir para adaptarnos al mundo laboral copado por los hombres hasta hace poco, las niñas han dado un paso más en esta masculinización del género femenino.
Antes, sólo eran ellos los que se pegaban. Ahora, la agresividad ya no depende de la testosterona, porque se supone que tanto no hemos cambiado las mujeres como para, de repente, segregar la hormona masculina y de la agresividad, y ponernos como leonas (especie en la que la testosterona está muy alta, porque, o eso, o se mueren de hambre).
¿Qué ha pasado? No me refiero sólo a las chicas de Seseña, porque parece que la homicida, o asesina, tiene todas las trazas de ser psicópata (y si es así, es posible que antes o después matase a alguien), sino a las demás, las normalitas. No sólo las malotas, también entre las pijitas resuelven los problemas de "me has quitado a mi novio" por la vía del tortazo, la patada, el puñetazo. Ya casi se echa de menos el gesto femenino de que se tiren de los pelos (que también).
Yo pensé que la revolución de la igualdad se trataba que incorporar a la mitad de la población que no participaba en el desarrollo de la sociedad para que aportase lo mejor de su condición: la emoción sin pudor, la intuición como vía de información, la negociación como forma de arreglar diferencias, la colaboración como método de mejorar resultados.
Y resulta que la evolución de la especie, al menos en la parte del mundo que conozco, ha masculinizado a nuestras niñas.
Yo cada vez entiendo menos.
Mi hija de 14 años lleva tiempo comentándome sobre peleas entre chicas, después de hacer botellón, en una discoteca, a la salida del instituto (ahora se dice "tuto", no "insti", como antes, para que suene lo peor posible).
Está claro que si sus madres nos volvimos masculinas en nuestra forma de trabajar y competir para adaptarnos al mundo laboral copado por los hombres hasta hace poco, las niñas han dado un paso más en esta masculinización del género femenino.
Antes, sólo eran ellos los que se pegaban. Ahora, la agresividad ya no depende de la testosterona, porque se supone que tanto no hemos cambiado las mujeres como para, de repente, segregar la hormona masculina y de la agresividad, y ponernos como leonas (especie en la que la testosterona está muy alta, porque, o eso, o se mueren de hambre).
¿Qué ha pasado? No me refiero sólo a las chicas de Seseña, porque parece que la homicida, o asesina, tiene todas las trazas de ser psicópata (y si es así, es posible que antes o después matase a alguien), sino a las demás, las normalitas. No sólo las malotas, también entre las pijitas resuelven los problemas de "me has quitado a mi novio" por la vía del tortazo, la patada, el puñetazo. Ya casi se echa de menos el gesto femenino de que se tiren de los pelos (que también).
Yo pensé que la revolución de la igualdad se trataba que incorporar a la mitad de la población que no participaba en el desarrollo de la sociedad para que aportase lo mejor de su condición: la emoción sin pudor, la intuición como vía de información, la negociación como forma de arreglar diferencias, la colaboración como método de mejorar resultados.
Y resulta que la evolución de la especie, al menos en la parte del mundo que conozco, ha masculinizado a nuestras niñas.
Yo cada vez entiendo menos.
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